Cargado de oro y joyas embarcó para regresar a Grecia pero los marineros le tenían mucha envidia y decidieron quedarse con todas sus riquezas y tirarlo al mar.
Arión suplicó por su vida:
- Por favor, os ruego que como última voluntad me dejéis cantar antes de morir.
Mientras Arión cantaba, los delfines se iban acercando al barco atraídos por la melodía. A punto estuvieron los marineros de dar marcha atrás y perdonarle la vida pues, los había cautivado con la belleza de su canto. Pero, la codicia pudo más y lo tiraron por la borda.
Arión fue rodeado por delfines que lo llevaron, agarrado a sus aletas, al puerto más cercano en Corinto.
Cuando los ciudadanos de Corinto vieron llegar a un hombre escoltado por delfines no daban crédito a lo que veían. Y, mucho menos cuando reconocieron al hombre, ¡era Arión!
- ¡Arión!, mirad a ¡Arión! gritaban emocionados.
Arión le daba las gracias a los delfines:
- ¡Gracias amigos!, ¡Que Poseidón os proteja para siempre!
Los delfines se pusieron derechos para responderle: parecían que reían, satisfechos de salvarlo. Jugaron durante unos minutos entre las olas y después nadaron hacia mar abierto hasta desaparecer en el horizonte.
Cuando los marineros llegaron a puerto explicaron que una tempestad terrible hizo caer al célebre cantante por la borda, pero fueron detenidos y obligados a devolverles las riquezas a Arión.
Y para que sus descendientes no se olvidasen nunca de este suceso, los habitantes de Corinto esculpieron una estatua que representaba a un hombre transportado por un delfín.
Desde entonces los humanos saben que los delfines son los únicos animales que espontáneamente les muestran amistad.
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