Los hizo a la vez, para que ninguno de los dos estuviera solo. Ellos se casaron y vivieron juntos y fueron felices durante mucho tiempo.
Pero una tarde, el hombre volvió a casa de cazar y vio que la mujer aún no había empezado a preparar la comida. Estaba fuera recogiendo flores.
El hombre se enfadó:
- ¡Tengo hambre!- dijo en tono irritao- ¿Acaso esperas que coma flores?
La esposa se enfadó también. Quería disfrutar de la belleza de aquellas flores con su marido. Para eso las había recogido.
- Tus palabras me ofenden- le dijo- No voy a seguir viviendo contigo.
Se volvió hacia el Oeste y se encaminó hacia el Sol. Su marido, arrepentido, la siguió pero no podía alcanzarla. La llamó a voces, pero ella no le oyó.
El Sol observó al marido seguir a su esposa. Viendo la tristeza del hombre se apiadó de él y decidió ayudarle.
El Sol iluminó la Tierra con su luz delante de la mujer. Y allí donde la luz resplandencía, crecían fresas. Estaban maduras y parecían riquísimas, más la mujer no se fijó en ellas y siguió caminando.
Pero sucedió que la mujer tropezó y al caer al suelo vió aquella fruta apetecible. Arrancó una y la probó ¡Nunca había comido una cosa igual! Su dulzor le recordó lo felices que habían sido ella y su marido antes de reñir.
- Tengo que recoger alguno de estos frutos para mi marido, se dijo, y se puso a recoger fresas.
Estaba en esta labor cuando el hombre la alcanzó. Se reconciliaron compartiendo el dulzor de las fresas.
Aún en la actualidad, cuando los cheroquis comen fresas recuerdan que tienen que ser siempre amables unos con otros; recuerdan que la amistad y el respeto son tan dulces como el sabor de las fresas rojas maduras.
(Adaptación del cuento de Joseph Bruchac)
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