Leonardo era un caso único en el mundo. Pasaba muchos apuros para vivir del oficio de leñador porque era incapaz de hacerle daño a un solo árbol.
Salía cada mañana de su cabaña y pasaba todo el día caminando por el bosque. Cuando volvía sus manos estaban vacías. Amaba muchos a los árboles. Le daba pena lastimarlos y se compadecía de todos. Si eran jóvenes decía:
- Ni pensar en acabar con ellos. Aún tienen mucho que crecer.
Si eran grandes y hermosos pensaba:
- ¿Cómo voy a cortarlos? ¡Necesitaron tantos años para crecer! ¡Que maravilla de bosque! ¿Quién soy yo para acabar con él? El tiempo de vida que le queda a estos árboles es sagrado.
De este modo sólo hacía leña con las ramas que encontraba caídas en el suelo.
Un día, al regresar a su cabaña, alguien estaba esperando por él. Un caballero vestido con distinción estaba en la puerta y le dijo:
- Por fin conozco al leñador que se compadece de los árboles y respeta su vida. No pensaba que existiera en el mundo alguien así. Quería conocer el por qué actúas de esta manera.
Y Leonardo a pesar de la sorpresa inicial le respondió:
- Cuando tenía catorce años corté un árbol. Estuvo tres días y tres noches llorando savia. No lo pude olvidar. Un árbol es un ser indefenso ante una persona. No volví a cotar otro en mi vida, pero sigo siendo leñador porque no me decidí a cambiar de oficio y, a mis años, ya es tarde para aprender otro.
El misteriosos caballero buscó en el interior de sus vestiduras. En su mano apareció algo muy pequeño. Se lo ofreció a Leonardo diciendo:
- Toma esta semilla. Dentro hay un árbol del que nunca escuchaste hablar. En poco tiempo germinará y una flor que nunca vistes lucirá en la noche. Entonces, tu vida cambiará"
Y así fue. Con el tiempo nació un árbol que le cantaba. Susurraba sonidos, consejos y le hablaba de otras tierras, de sueños...y Leonardo nunca jamás se volvió a sentir solo.
Adaptación libre del cuento de Joan Manuel Gisbert
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