¿Sabes? Cuando Dios ordenó el mundo, lo peor fue dejarlo todo en su sitio. Había un barullo espantoso en el universo y Dios andaba afanado tratando de arreglarlo como buenamente podía.
No todo le estaba saliendo a pedir de boca. De pronto se le alargaba una cordillera y se caía, se caía hacia el mar.
- ¡Pero si me habían dicho que esta tierra era de la mejor calidad!- se quejaba el pobre Dios, espantado.
O mientras concluía un océano, le brotaban dos islas inesperadamente y no sabía dónde ponerlas.
Otro día se declaraban en rebeldía los animales marinos y se hacían anfibios porque les daba la gana, invadiendo los espacios que Dios tenía reservados para el hombre.
- ¿Será posible? ¡Esto sólo me pasa a mí!- se lamentaba el pobre Dios.
Y de tanto esforzarse una y otra vez llegó el momento en que estaba cansadísimo. De este modo, al séptimo día se fue a echar una siesta. Se tapó con la esquina de una nube y se puso a roncar.
Pero el universo se había quedado lleno de pelusas que no había tenido tiempo de recoger. Y es que cuando Dios termina algo, suele sacudir su mandilón de trabajador y allá que van las sobras.
De modo que había restos de todas clases: rincones de mediodía, trocitos pequeños de bosques, virutas de islas, plumas, patas y picos inservibles...
Ocurrió que una de esas pelusas empezó a rodar de nube en nube, de estrella en estrella, y cayó a los picos más altos, y siguió cayendo hasta dar en uno de los valles de la tierra. A medida que rodaba y rodaba, se fue haciendo más gorda y más sucia, de manera que cuando acabó de rodar era una pelusa repugnante.
Y como se sentía sucia y fea se dedicó a ir por todas partes tratando de desprestigiar la obra de Dios, sembrando cizaña y convenciendo al resto de los seres para que protestaran:
- A la serpiente que le hubiera gustado ser un caballo pero aquel día Dios iba a marchas forzadas y no le puso patas.
- A la retama, que no quería ser un matojo toda su vida.
- Al manzano que no quería regalar las manzanas, ¡quería cobrarlas!
- A las nubes, que les fastidiaba llevar agua en sus barrigas.
- Al agua, prisionera del río.
- Al río, aburrido de que lo mojaran constantemente...
Cuando Dios despertó de su siesta, se encontró el universo patas arriba.
Todos llevaban pancartas que decían: "IGUALDAD DE DERECHOS CON EL HOMBRE", "EL MUNDO TAMBIÉN ES NUESTRO", y frases parecidas.
Uno a uno fueron exponiendole sus quejas, hasta que le llegó el turno a la pelusa que le dijo:
- ¿Quien soy y qué hago aquí?.
Al pobre Dios le llevó trescientos años consultar en sus ordenadores y no hubo manera de identificar a la pelusa.
Como el deseo de la pelusa era que todos conocieran su existencia y que lo tuvieran presente día y noche Dios se lo cumplió.
Desató un viento terrible que se llevó al ser y lo arrojó al interior de un pozo oscuro. Cerró la tapa y le dijo:
- "Los hombres serán tus esclavos. Inventarán miles de sistemas en donde tú reinarás por completo. Naturalmente, las cosas no se consiguen gratis. Permanecerás ahí encerrado para siempre. Te conocerán y hasta maldecirán tu nombre. Te llamarás Tiempo".
Desde ese día, el tiempo vive encerrado en cajas de distintas formas y tamaños. Nosotros los llamamos relojes.
Si los acercas al oído, oirás un quejido pequeño, algo así como: "Ay, ay, ay, ay". Es la pelusa que se queja para que el hombre la oiga.
Y el hombre la oye, vaya si la oye. El hombre vive atado al tiempo y desea detenerlo. Pero Dios no lo permite.
No todo le estaba saliendo a pedir de boca. De pronto se le alargaba una cordillera y se caía, se caía hacia el mar.
- ¡Pero si me habían dicho que esta tierra era de la mejor calidad!- se quejaba el pobre Dios, espantado.
O mientras concluía un océano, le brotaban dos islas inesperadamente y no sabía dónde ponerlas.
Otro día se declaraban en rebeldía los animales marinos y se hacían anfibios porque les daba la gana, invadiendo los espacios que Dios tenía reservados para el hombre.
- ¿Será posible? ¡Esto sólo me pasa a mí!- se lamentaba el pobre Dios.
Y de tanto esforzarse una y otra vez llegó el momento en que estaba cansadísimo. De este modo, al séptimo día se fue a echar una siesta. Se tapó con la esquina de una nube y se puso a roncar.
Pero el universo se había quedado lleno de pelusas que no había tenido tiempo de recoger. Y es que cuando Dios termina algo, suele sacudir su mandilón de trabajador y allá que van las sobras.
De modo que había restos de todas clases: rincones de mediodía, trocitos pequeños de bosques, virutas de islas, plumas, patas y picos inservibles...
Ocurrió que una de esas pelusas empezó a rodar de nube en nube, de estrella en estrella, y cayó a los picos más altos, y siguió cayendo hasta dar en uno de los valles de la tierra. A medida que rodaba y rodaba, se fue haciendo más gorda y más sucia, de manera que cuando acabó de rodar era una pelusa repugnante.
Y como se sentía sucia y fea se dedicó a ir por todas partes tratando de desprestigiar la obra de Dios, sembrando cizaña y convenciendo al resto de los seres para que protestaran:
- A la serpiente que le hubiera gustado ser un caballo pero aquel día Dios iba a marchas forzadas y no le puso patas.
- A la retama, que no quería ser un matojo toda su vida.
- Al manzano que no quería regalar las manzanas, ¡quería cobrarlas!
- A las nubes, que les fastidiaba llevar agua en sus barrigas.
- Al agua, prisionera del río.
- Al río, aburrido de que lo mojaran constantemente...
Cuando Dios despertó de su siesta, se encontró el universo patas arriba.
Todos llevaban pancartas que decían: "IGUALDAD DE DERECHOS CON EL HOMBRE", "EL MUNDO TAMBIÉN ES NUESTRO", y frases parecidas.
Uno a uno fueron exponiendole sus quejas, hasta que le llegó el turno a la pelusa que le dijo:
- ¿Quien soy y qué hago aquí?.
Al pobre Dios le llevó trescientos años consultar en sus ordenadores y no hubo manera de identificar a la pelusa.
Como el deseo de la pelusa era que todos conocieran su existencia y que lo tuvieran presente día y noche Dios se lo cumplió.
Desató un viento terrible que se llevó al ser y lo arrojó al interior de un pozo oscuro. Cerró la tapa y le dijo:
- "Los hombres serán tus esclavos. Inventarán miles de sistemas en donde tú reinarás por completo. Naturalmente, las cosas no se consiguen gratis. Permanecerás ahí encerrado para siempre. Te conocerán y hasta maldecirán tu nombre. Te llamarás Tiempo".
Desde ese día, el tiempo vive encerrado en cajas de distintas formas y tamaños. Nosotros los llamamos relojes.
Si los acercas al oído, oirás un quejido pequeño, algo así como: "Ay, ay, ay, ay". Es la pelusa que se queja para que el hombre la oiga.
Y el hombre la oye, vaya si la oye. El hombre vive atado al tiempo y desea detenerlo. Pero Dios no lo permite.
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