José y María eran dos hermanitos muy ambiciosos. Los dos querían vivir en un gran palacio encantado. Un día salieron de su casa y se fueron por los campos su busca.
Después de caminar mucho, les salió al encuentro el príncipe Colibrí y les dijo:
- Venid conmigo a mi palacio. Es un palacio caliente, tapizado de plumas. El aire lo mece y las hojas de un árbol le sirven de techo. Mi palacio es un nido.
Pero los niños siguieron caminando sin hacerle caso. Después de caminar mucho, les salió al encuentro el caballero Zorro, con su nariz puntiaguda y cola suave y esponjosa, y les dijo:
- Venid conmigo a mi cueva. Es un palacio caliente, alfombrado de hojas secas. Una rama le sirve de techo y en él tengo guardadas muchas cosas buenas para comer.
A pesar de que tenían mucha hambre y empezaban a sentirse cansados continuaron con su marcha.
Les salió al encuentro el señor Oso, fuerte y grande, con su abrigo peludo y su cara risueña.
- Venid a mi palacio. Es un palacio caliente, hecho de madera olorosa y tapizado de musgo. En él tengo pedazos de panal de la miel más dulce. Mi palacio es el hueco de un árbol.
Y tampoco a él le hicieron caso.
Rendidos y agotados decideron dormirse al pie de un árbol.
- Aquí está el palacio encantado niños ambiciosos. Este palacio se llama hogar.
Los niños despertaron de su sueño con la risa del hada que parecía un repique de campanillas de plata. Se restregaron los ojos y descubrieron que estaban en su casa y su mamá estaba frente a ellos sonriendo.
Los niños la abrazaron y la llenaron de besos. Su casita les pareció deste entonces mejor que todos los palacios del mundo.
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