Cuento palestino
Había una vez un hombre que quería encontrar su destino. Estaba caminando cuando de repente se encontró con otro hombre que tenía la misma misión que él: encontrar su destino. El hombre que se encontró era pobre.
-¿Qué estás haciendo?-le preguntó el hombre-.
-Estoy buscando mi destino- le dijo el pobre.
-¿Puedo ir contigo?
-Vale, pero, por favor no me molestes.
Los dos hombres iban de camino cuando pasaron por un puente y vieron a un salmón diciendo “Socorro”. Los dos hombres quedaron asombrados viendo al salmón gritar. El hombre le dijo.
-¿No vas a salvar el salmón?
-Solo es un salmón pidiendo socorro. No es mi destino.- le dijo el pobre-.
Y los dos pasaron del salmón y siguieron su camino.
Poco tiempo después pasó por el puente un ciclista. El ciclista vio al salmón pidiendo ayuda y fue a rescatarle. Al rescatarle, el ciclista se dio cuenta de que el salmón tenía en la boca un diamante.
-¡Lo ves! Si hubieras salvado al salmón habrías encontrado tu destino. – dijo el hombre -.
-Pero hay más destinos aparte de ese salmón. – le respondió el pobre -.
Y los dos siguieron su camino.
Pocos minutos después se encontraron con unas hormigas pidiendo ayuda para apartar una roca que estorbaba a las hormigas.
-Por favor, ¿puedes apartar esta roca de aquí? Estamos recogiendo comida y nos estorba.- le dijo la hormiga.
-¿No vas a ayudarle a la hormiga? – dijo el hombre -.
-Solo es una hormiga. Seguro que ya puede con la roca sola. – le dijo el pobre -
Siguieron su camino y al poco tiempo vino un hombre paseando por esa zona. Vio a la hormiga y le ayudó a sacar la piedra. Al sacar la piedra, el hombre encontró un tesoro con mucho dinero dentro.
El hombre que encontró el tesoro vio a los dos hombres y decidió compartirlo con ellos.
Por fin los dos hombres encontraron su destino: el dinero para poder comprar. Pero el pobre se dio cuenta de que si quieres algo, tienes que dar algo a los demás.
(Recogido de la tradición oral)
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