Hay gente que piensa que los ángeles están todo el día jugando en el Cielo, volando entre las nubes y jugando al escondite, pero no es verdad.
Los ángeles también tienen que ir a la escuela, como el resto de los niñ@s. Los sábados y los domingos son los únicos días que pueden dedicar a jugar, entonces se van junto al gran prado que hay ante las puertas celestiales, que está lleno de flores de grandes pétalos, y el buen San Pedro vigila que no hagan trastadas.
Un domingo de verano en que el sol pegaba muy fuerte, San Pedro se quedó dormido y algunos de los ángeles más traviesos saltaron al otro lado de la verja. Desde allí pudieron ver el infierno, con sus diablillos, con sus largos y puntiagudos cuernos y sus largas colas en forma de flecha.
- ¿Nos dejáis jugar con vosotros?- pidió uno de ellos a los angeles, prometiéndoles que se portarían muy bien.
Los angelitos, que son muy inocentes, los invitaron. Así fue como los demonios comenzaron a rasgar las nubes y a arrancar flores y lanzarlas abajo, a la Tierra.
Entonces los ángeles despertaron a San Pedro quien, al ver todo el daño que habían causado los demonios, llamó a los arcángeles para que los echaran. Luego riñó mucho a los angelitos y los obligó a reparar los destrozos que habían ocasionado los demonios.
Los ángeles cosieron las nubes y volvieron a plantar las flores del campo, pero no pudieron recuperar las que los demonios habían lanzado a la Tierra.
Esas flores de grandes pétalos se quedaron mirando siempre al cielo, y cada domingo de verano brotaban al lado de los caminos y las carreteras, expectantes de que, aquel día, los ángeles descendiesen a la Tierra y se llevasen las margaritas con ellos a los prados celestiales.
Los ángeles también tienen que ir a la escuela, como el resto de los niñ@s. Los sábados y los domingos son los únicos días que pueden dedicar a jugar, entonces se van junto al gran prado que hay ante las puertas celestiales, que está lleno de flores de grandes pétalos, y el buen San Pedro vigila que no hagan trastadas.
Un domingo de verano en que el sol pegaba muy fuerte, San Pedro se quedó dormido y algunos de los ángeles más traviesos saltaron al otro lado de la verja. Desde allí pudieron ver el infierno, con sus diablillos, con sus largos y puntiagudos cuernos y sus largas colas en forma de flecha.
- ¿Nos dejáis jugar con vosotros?- pidió uno de ellos a los angeles, prometiéndoles que se portarían muy bien.
Los angelitos, que son muy inocentes, los invitaron. Así fue como los demonios comenzaron a rasgar las nubes y a arrancar flores y lanzarlas abajo, a la Tierra.
Entonces los ángeles despertaron a San Pedro quien, al ver todo el daño que habían causado los demonios, llamó a los arcángeles para que los echaran. Luego riñó mucho a los angelitos y los obligó a reparar los destrozos que habían ocasionado los demonios.
Los ángeles cosieron las nubes y volvieron a plantar las flores del campo, pero no pudieron recuperar las que los demonios habían lanzado a la Tierra.
Esas flores de grandes pétalos se quedaron mirando siempre al cielo, y cada domingo de verano brotaban al lado de los caminos y las carreteras, expectantes de que, aquel día, los ángeles descendiesen a la Tierra y se llevasen las margaritas con ellos a los prados celestiales.
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